Una de las enfermedades, creemos, de la cultura y el quehacer jurídico en España es el ensimismamiento. El provincianismo, vaya. Desde hace más de trescientos años (finales del siglo XVII, nos aventuraríamos a decir), no somos exportadores hacia Europa (sí a la América de lengua española) de productos e ideas en el terreno jurídico. Actuamos como importadores. Pero no es raro que lo hagamos sin mirar al efecto de la importación sobre el conjunto del sistema jurídico, para parchear algún problema puntual de la normativa española o dar alas a carreras y preferencias personales de juristas avisados y viajeros. Así, con frecuencia traemos productos jurídicos ya retirados de los anaqueles en sus lugares de origen, de mediana calidad o próximos a la fecha de caducidad intelectual. Por otro lado, seguimos siendo reacios -con el beneplácito de muchos, acaso de la mayoría- a mirar más allá de las disciplinas jurídicas para mejorar el sistema legal, la administración de justicia y sus consecuencias sobre la sociedad.

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